Para muchos, la ropa es solo el trapo que sirve para cubrir sus intimidades y no andar en pelotas. Y está bien, esa es su función original. Un taparrabos que cubriera las terlipes y las chuchis de aquellos y aquellas (como diría la Presidenta ) que habían pecado (¿?) y recién comenzaban a sentir el calor del pudor.
Pero afrontemos la modernidad, la pos modernidad y el principio del fin del mundo. La ropa dejó de ser funcional en un solo sentido. La ropa es parte de nuestra cultura y por lo tanto también es ¡arte, arte! Y si, el arte tiene varias funciones, pero para no caer en el regocijo de los escritores de manuales de antropología, vamos a dedicarnos tan solo a uno: a la que se relaciona con la variante “humor”.
Volvamos a la ropa. La gente siempre tuvo problemas a la hora de encasillarme. Un día soy rollinga, al otro hippie, retro o alternativa. No me importa cual sea la pertenencia etérea o étnica de los trapos, lo importante es que refleje lo que me pasa. Para los días de madurez repentina, trajecito sastre y zapatos de tacón. Para los días de panza hinchada por birras de más, polleras hippies de telas expandibles. Violeta para la época pre menstrual y, si es posible, vestidos con bolsillos, para esconder los paquetes de galletitas dulces. El negro oculta los rollitos y lo dejamos para las noches en las que es posible encontrarnos con los zombis de placard. Y los rosas… los rosas mejor evitarlos, al igual que los marrones que me hacen parecer un chocolate marmolado.
La ropa usada o “de muertos” como la llama mi papá, es la que más satisfacción me trae. “Es que todo vuelve” y encontrar una campera de jean a 5 pesos cuando en el shopping cuesta $ 260 (como mínimo) me cuida el alma y el bolsillo. Para conseguir lo que uno quiere hay que tener paciencia. Saber que revolver cajones con carteles de “2 x $50” no es humillante y que cuando escuchás el “Ay, donde te lo compraste” puedas decir la marca o no marca con resolución. Porque seamos francos, todos tenemos algo de etiqueta laga en el placard. A veces, la representación textil de nuestro humor vale sus buenos pesos.
Pero escuchemos también el otro timbre: para muchos la indumentaria es la superficialidad de maniquí encarnada en desfiles de palos flacos. De acuerdo, si es lo único en lo que pensás durante todo el día no me cabe la menor duda, como si te dedicaras solamente a rascarte la oreja o juntar pelusa en el ombligo. Pero he aquí la cuestión: la moda ni manipula ni te extrae de la vida. Tan solo te acompaña. Con sus telas, sus colores, su locura y sus precios.
“Mucha ropa”, “te olvidaste la parte de abajo” o “¿hace falta que te vistas así?” son frases que escucho con frecuencia. Mi ropaje siempre despierta un pro o un contra. Y eso es parte del encanto. Como leonina (si, leo en casa de leo, para los creyentes) tengo un poco de eso que suelen definir como “llamar la atención”, no lo niego. Y la ropa me ayuda, es el disfraz perfecto para la fiesta de elegante sport.
Por eso, cuando te encuentres ensimismada, viendo tu reflejo en la ropa de alguna vidriera (aún siendo fin de mes, con bolsillos flacos y tarjetas de crédito al límite) no te preocupes, no te cuestiones, no es solo una cuestión de actitud, sino también de humor.
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